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Siguiendo los pasos de Amaia Salazar en la Trilogía del Baztán XVII

Siguiendo los pasos de Amaia Salazar en la Trilogía del Baztán XVII

Han pasado varios meses desde que acabé la Trilogía del Baztán de Dolores Redondo y que hice esta serie de artículos sobre los lugares en los que transcurre la historia.

Esta Semana Santa he estado en el Valle de Benasque y, aprovechando la cercanía, decidí acercarme a Aínsa, un pueblo en Huesca que tiene cierta importancia en el desarrollo de la trama.

Así aparece en la primera novela, El Guardián Invisible:

-Aínsa me suena, es un pueblo de aspecto medieval, ¿no es cierto? Uno de esos que conserva el trazado de la época y el empedrado en las calles.

Aínsa

-Sí, Aínsa tuvo que tener gran relevancia en el Medievo, sobre todo por su estratégica situación, un lugar privilegiado entre el Parque Nacional de Ordesa y Monte Perdido, el Parque Natural de los Cañones y la Sierra de Guara y el Parque Natural Posets-Maladeta. Dominar Ainsa debía de suponer ya entonces una gran ventaja.

Aínsa

Más adelante continúa:

… y nos brindó un espacio perfecto para ubicar el laboratorio y permitir que la empresa que lo subvenciona obtenga beneficios de los centros de recuperación de especies, las visitas guiadas y las donaciones de los turistas y visitantes, que en Aínsa son muchos, y durante todo el año.

Cuando Amaia llega a Aínsa por primera vez:

El viento soplaba con fuerza en Aínsa. (…) Las calles de Aínsa estaban desiertas, la luza cálida y anaranjada de las farolas no conseguía borrar la sensación heladora de la villa medieval barrida por el frío nocturno, y las rachas de viento siberiano formaban escarcha en las ventanillas del coche. Jonan condujo siguiendo al Patrol de los doctores mientras los neumáticos traqueteaban en el empedrado milenario de las calles, hasta que confluyeron en una plaza rectangular que se extendía hasta la entrada de lo que parecía una fortaleza. Los doctores detuvieron el coche junto a la muralla y Jonan aparcó a su lado.

Aínsa

El frío dolía en la frente como un clavo empujado por una mano invisible.

Aínsa

Amaia tiró de la capucha de su plumífero intentando cubrirse la cabeza mientras seguían a los doctores al interior de la fortaleza.

Aínsa

Excepto por el cese del viento, en el interior no se estaba mucho mejor que fuera. (…) Nadie habría pensado que una instalación de esas características estuviese en el corazón de una fortaleza medieval.

Aínsa

El Legado en los Huesos, la segunda novela de la trilogía, aparecen los siguientes pasajes:

Las calles de Aínsa parecían animadas, seguramente por la cercanía del fin de semana, y a pesar de que los termómetros de los comercios anunciaban dos grados bajo cero, nada más cruzar el puente podían verse grupos de gente frente a los bares y algunas tiendas abiertas, que habían alargado su horario alentadas por la presencia de los turistas.

Aínsa

Jonan condujo hasta la empinada cuesta que bordeaba la colina donde se erigía el casco medieval de Aínsa. El juez lo siguió, mientras miraba asombrado las casas, que suspendidas de la ladera parecían retar al vacío.

-Nunca había estado aquí, tengo que decir que es sorprendente.
-Pues espere a llegar arriba -contestó ella, al ver su expresión.

Aínsa era un túnel temporal, y al llegar a su plaza, a pesar de los coches aparcados y las luces de los restaurantes, se experimenta un viaje al pasado que hace contener el aliento durante un segundo.

Aínsa

Markina no fue la excepción; siguió a Jonan hasta el lugar donde aparcaron sin dejar de sonreír.

-Es extraordinario -dijo.

Amaia le miró, divertida. Recordaba sus propias sensaciones la primera vez que estuvo allí.

Al bajar del coche comprobaron que, unida a la baja temperatura propia de los 580 metros a los que se encontraba, la humedad de los ríos Cinca y Ara que confluían allí había contribuído a cubrir el empedrado de la plaza con una capa de hielo escarchado que brillaba como el nácar con la romántica luz de las farolas de la plaza.

Más tarde, Amaia sale a cenar.

Amaia tomó su abrigo y salió al frío de Aínsa. El viento del norte le golpeó el rostro nada más atravesar la explanada que se extendría frente a la fortaleza, por lo que estiró las mangas del jersey en un intento de cubrir sus manos, mientras lamentaba haber olvidado su guantes.

Aínsa

Pudo ver que el número de coches había aumentado, atraídos sin duda por los muchos bares que abrían sus puertas a la plaza. Localizó el restaurante y caminó entre los coches aparcados, maldiciendo la suela plana de sus botas, que resbalaba sobre el empedrado helado.

Aínsa

Más sitios, aventuras y emociones… ¡en la Trilogía del Baztán!

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Trilogía del Baztán: El guardián invisible, Legado en los huesos y Ofrenda a la tormenta

Trilogía del Baztán: El guardián invisible, Legado en los huesos y Ofrenda a la tormenta

Ya llegó el día. Ya salió a la venta la última novela de la trilogía del Baztán. Tras El guardián invisible y Legado en los huesos ha llegado Ofrenda a la tormenta.

Parece ser que la historia de Baztán acabará. Espero que no acaben las historias de Amaia Salazar, que puedan tener continuidad en otras novelas… Ya veremos.

De momento ha llegado el momento de poner punto final todo lo que ha ido pasando a lo largo de estas tres novelas.

Ofrenda a la tormenta

Una de las cosas buenas de haber ido a Elizondo, de haber realizado la visita guiada y de haber hecho la serie de artículos sobre el pueblo en las novelas, es que ahora, que ya he empezado Ofrenda a la tormenta, puedo recorrer esas calles de nuevo.

Como cuando, al poco de empezar la novela, dice:

Amaia aparcó junto a la fuente de las lamias y, cubriéndose la cabeza con la capucha del abrigo, traspasó el pequeño arco que separaba la plaza de la calle Pedro Axular…

¡Ahora a disfrutar!

Aquí os dejo los enlaces a los sitios que visité:

Artículo I. La iglesia.

Artículo II. Las calles de Elizondo.

Artículo III. La plaza.

Artículo IV: Las inundaciones.

Artículo V: El cementerio.

Artículo VI: Descubrimiento de los cuerpos.

Artículo VII: Los txantxigorris.

Artículo VIII: Hospitalenea.

Artículo IX: Recorriendo Elizondo.

Artículo X: Pasaje entre Jaime Urrutia y Santiago.

Artículo XI: Recorriendo Elizondo II.

Artículo XII: Muniartea.

Artículo XIII: Hotel Baztán.

Artículo XIV: Comisaría de la Policía Foral.

Artículo XV: Antxitonea y hotel Trinkete.

Artículo XVI: Restaurantes en Pamplona.

Siguiendo los pasos de Amaia Salazar en la Trilogía del Baztán XVI

Siguiendo los pasos de Amaia Salazar en la Trilogía del Baztán XVI

Como hoy se ha publicado Ofrenda a la tormenta, libro que pone fin a la trilogía del Baztán, voy a poner fin, yo también a esta serie de artículos sobre los libros y mi visita a Elizondo.

Aunque ahora toca el turno de Pamplona y algunos lugares que aparecen en las novelas. En concreto, en Legado en los huesos.

Café Iruña, Pamplona

Amaia localizó al teniente Padua en cuanto entró en el bar Iruña de la plaza del Castillo, muy cerca de su propia casa. Era el único hombre sentado solo y, aunque estaba de espaldas, distinguió perfectamente las manchas de agua en su gabardina.

Café Iruña, Pamplona

-¿Llueve en Baztán, teniente?- dijo a modo de saludo.
-Como siempre, inspectora, como siempre.

Se sentó frente a él y pidió un café descafeinado y un botellín de agua. Esperó a que el camarero pusiera las bebidas sobre la mesa.

-Usted dirá qué es eso de lo que quería hablarme.

Café Iruña, Pamplona

Otros lugares que aparecen en Legado en los huesos, y que llaman mucho la atención, son los restaurantes que elige el Juez para sus reuniones.

Restaurante Rodero, Pamplona

El restaurante Rodero estaba bastante cerca de su casa. Cuando cenaba allí con James, solían ir andando para no tener que preocuparse del coche si tomaban vino, pero en esta ocasión condujo el coche hasta las cercanías para poder salir hacia Elizondo en cuanto acabase de hablar con el juez. Aparcó en batería frente al parque de la Taconera y cruzó la calle para meterse bajo los porches donde estaba el restaurante. Las grandes cristaleras iluminadas y la decoración sobria del exterior eran promesa de la excelente cocina que le había valido al Rodero una estrella de la guía Michelín. El suelo de madera oscura, como las sillas de cerezo de cómodo respaldo, contrastaban con los paneles de color beige que iban hasta el techo, y una impoluta mantelería blanca, como la vajilla, ponía junto a los espejos la nota de luz, acentuada por los adornos florales que flotaban en cuencos de cristal dispuestos sobre las mesas.

Lástima que sobre el interior no puedo opinar… así como tampoco sobre su comida.

Restaurante Rodero, Pamplona

Otro de los lugares que es del gusto del juez, es el restaurante del Hotel Europa.

Al bar del Europa se accedía por la fachada adyacente al restaurante, junto a la puerta del hotel del mismo nombre, y a pesar de que durante la tarde habían caído unos copos que ya habían desaparecido, algunos clientes del bar charlaban junto a la entrada, apoyando sus copas de vino en un par de altas mesas que custodiaban la entrada del local.

Vio a Markina en cuanto traspasó la puerta. Se sentaba solo al final de la barra y habría sido difícil no fijarse en él. El traje gris con camisa blanca y sin corbata le daba el tono serio que desmentía el corte de pelo, que le caía sobre la frente en mechones castaños. Se sentaba en la banqueta tan relajado y elegante como salido de una revista de moda.

Bar del hotel Europa, Pamplona

Más adelante, también en Legado en los huesos, aparece la siguiente descripción.

El restaurante del hotel Europa era uno de los mejores de Pamplona, y conociendo los gustos de Markina no le sorprendió que lo eligiera. Su cocina era más purista, más tradicional, uno de esos restaurantes que había sabido modernizar sus platos con la presentación que tanto se valoraba actualmente sin dejar de poner una buena tajada de carne o de pescado en el plato.

Notó como todas las miradas se volvían hacia ella cuando entró en el comedor. Un policía de uniforme en un restaurante elegante desentonaba como una cucaracha en un pastel de boda.

Hotel Europa, Pamplona

Sobre este restaurante tampoco puedo opinar… ¡Quizá algún otro año! 😉

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Siguiendo los pasos de Amaia Salazar en la Trilogía del Baztán XV

Siguiendo los pasos de Amaia Salazar en la Trilogía del Baztán XV

Voy con otro breve fragmento de El guardián invisible que pude visitar en mi visita a Elizondo. Incluso hice noche allí.

Taberna Antxitonea

-Hoy a mediodía le he visto comiendo en la taberna Antxitonea… con su hermana.
-¿La hermana de Montes?- se extrañó.
-No, la hermana de usted.
-¿Mi hermana?, ¿mi hermana Rosaura?
-No, con la otra, con su hermana Flora.
-¿Con Flora? ¿Le vieron ellos?
-No, ya sabe que tiene una barra semicircular que comienza en la entrada y va hasta atrás, donde se entra al frontón; yo estaba con Iriarte junto a las cristaleras, pero les vi entrar y me acerqué a saludarles; entonces se metieron en el comedor y no me pareció oportuno seguirles.

Frontón en la taberna Antxitonea, Elizondo

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Siguiendo los pasos de Amaia Salazar en la Trilogía del Baztán XIV

Siguiendo los pasos de Amaia Salazar en la Trilogía del Baztán XIV

Hoy, aprovechando que se publica la última novela que cierra la trilogía del Baztán, titulada Ofrenda a la tormenta, vamos con otro fragmento más sacado de los libros… y que pude ver durante mi visita a Elizondo.

En Legado en los huesos describe así:

La comisaría de Elizondo no podía resultar más incongruente con la arquitectura del valle. Con sus modernas líneas rectas, más que desentonar, parecía un extraño artilugio olvidado por alguien de otro mundo. Aun así, debía reconocer la eficacia del edificio de grandes cristaleras que como una lupa pretendían atrapar el escaso sol del invierno baztanés.

Comisaría Elizondo

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Siguiendo los pasos de Amaia Salazar en la Trilogía del Baztán XIII

Siguiendo los pasos de Amaia Salazar en la Trilogía del Baztán XIII

Hoy sale a la venta la última entrega de la Trilogía del Baztán, de Dolores Redondo, así que voy a volver a los artículos sobre la visita que hice a Elizondo hace unos meses.

En El guardián invisible aparece lo siguiente:

Hotel Baztán

El hotel Baztán se encontraba a unos cinco kilómetros por la carretera de Elizondo y tenía el aspecto de los hoteles de montaña pensados para ir con grupos escolares, senderistas, familias y amigos. La fachada formaba un semicírculo plagado de terrazas que se asomaban sobre una plazoleta que hacía las veces de parking y en las que resultaban incongruentes las mesas y sillas de plástico amarillo, sin duda pensadas para las tardes veraniegas, pero que la Dirección del hotel se empeñaba en mantener todo el año, dando a la fachada un colorista tono tropical más propio de un hotel playero mexicano que de un establecimiento de montaña.

Hotel Baztán

En otro momento de la novela… ¡NO SIGAS LEYENDO SI NO HAS ACABADO EL GUARDIÁN INVISIBLE!

Para cuando salieron del aparcamiento no había ni rastro del coche de Montes. Pero no le hizo falta. Sabía de sobra adónde se dirigía. Se demoró conduciendo tranquilamente para darle tiempo a llegar y cuando el inspector Iriarte comenzaba a impacientarse salió de Elizondo en dirección a Pamplona. Cinco kilómetros más adelante detuvo el coche en el aparcamiento del hotel Baztán. Iriarte iba a preguntar cuando reconoció el coche de Montes aparcado cerca de la entrada del restaurante. Amaia aparcó enfrente y permaneció en silencio hasta que vio llegar el Mercedes de Flora, que miró repetidamente a su alrededor antes de entrar al local.

-Por eso necesitaba este coche, ahora lo entiendo- dijo Iriarte.

Sin decir una palabra, Amaia le hizo un gesto y ambos bajaron del vehículo. Había oscurecido por completo, y aunque por lo temprana de la hora no había tantos coches en el aparcamiento como el día anterior, pudieron acercarse lo suficiente como para ver bastante bien el comedor a través de la cristalera...

Hotel Baztán

¿Te acuerdas como sigue, verdad? Si no, ya sabes, ¡a leerlo!

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Siguiendo los pasos de Amaia Salazar en la Trilogía del Baztán XII

Siguiendo los pasos de Amaia Salazar en la Trilogía del Baztán XII

Cuando faltan sólo una semana para la publicación del último libro de la trilogía del Baztán escrita por Dolores Redondo. Hoy toca recordar otro momento en el que el puente y el río tienen su protagonismo casi mágico.

Volvió atrás por la calle Santiago y bajó hacia la plaza Javier Ziga, penetró en el puente y se detuvo en el centro. Apoyándose en el murete donde está grabado su nombre, Muniartea, susurró mientras pasaba sus dedos por la piedra áspera.

Muniartea, Elizondo

Escrutó la negrura del agua que traía aquel aroma mineral desde las cumbres, aquel río que se había desbordado causando pérdidas y horrores que figuraban en los anales de la historia de Elizondo;

Placa conmemorativa de las inundaciones de Elizondo

en la calle Jaime Urrutia aún podía verse una placa conmemorativa en la casa de la Serora, la mujer que se ocupaba de la iglesia y de la rectoría, que indicaba el lugar hasta el que llegaron las aguas desbordadas el 2 de junio de 1913.

Nivel de las aguas en 1913, Elizondo

Ese mismo río era ahora testigo de un nuevo horror, un horror que nada tenía que ver con las fuerzas de la naturaleza, sino con la más absoluta depravación humana, que tornaba a los hombres en bestias, depredadores que se confundían entre los justos para acercarse, para cometer el acto más execrable, dando rienda suelta a la codicia, la ira, la soberbia y el apetito insaciable de la gula más inmunda. Un lobo que no iba a detenerse y que continuaría sembrando de cadáveres las márgenes del río Baztán, aquel cauce fresco y luminoso de agua cantarina que mojaba las orillas del lugar al que regresaba cuando no soñaba con muertos, y que ahora aquel cabrón había mancillado con sus ofrendas al mal.

Muniartea, Elizondo

Un escalofrío recorrió su espalda, soltó las manos de la piedra fría y se las metió en los bolsillos estremeciéndose. Le dedicó una última mirada al río y emprendió el regreso a casa mientras comenzaba a llover de nuevo.

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Siguiendo los pasos de Amaia Salazar en la Trilogía del Baztán XI

Siguiendo los pasos de Amaia Salazar en la Trilogía del Baztán XI

El próximo día 25 se publicará Ofrenda a la Tormenta, el último libro de la trilogía del Baztán escrita por Dolores Redondo. Hoy voy a seguir con otro pequeño fragmento extraído de Legado en los Huesos y con mis fotos del viaje a Elizondo.

Caminó por la calle Santiago junto a los portales intentando guarecerse del viento, que se hizo más fuerte al bajar por Javier Ciga, junto a la casa señorial que daba nombre al puente.

Plaza Ciga, Elizondo

El río rugía en la presa de un modo que le resultó ensordecedor y le hizo preguntarse cómo podían dormir los vecinos cuyas ventanas daban sobre el pequeño salto de agua.

Salto de agua, Elizondo

Las luces del Trinquete estaban apagadas. La calle estaba desierta como en un pueblo fantasma.

Hotal Trinkete, Elizondo

Poco a poco, llevada por la corriente de aquel otro río que fluía en su interior, fue penetrando en la que fuera calle del Sol hacia Txokoto, hasta llegar de nuevo a la puerta del obrador. Sacó una mano del bolsillo de su plumífero y la apoyó sobre la cerradura helada. Inclinó la cabeza hasta tocar con la frente la áspera madera de la puerta y comenzó a llorar en silencio.

Obrador, Elizondo

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Siguiendo los pasos de Amaia Salazar en la Trilogía del Baztán X

Siguiendo los pasos de Amaia Salazar en la Trilogía del Baztán X

Cuando faltan menos de diez días para la publicación del último libro de la trilogía del Baztán escrita por Dolores Redondo, vamos con otro pequeño fragmento extraído de Legado en los Huesos.

Jaime Urrutia 27, Elizondo

Descendió por la calle Jaime Urrutia embelesado por la lluvia y la evocadora arquitectura de las hermosas casas. En el número 27 existe un pasaje, belena o pasadizo, entre las calles Jaime Urrutia y Santiago, que unía, junto con otros ya desaparecidos, las casas con los campos, cuadras y huertas posteriores, desaparecidos tras la construcción de la carretera actual.

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Siguiendo los pasos de Amaia Salazar en la Trilogía del Baztán IX

Siguiendo los pasos de Amaia Salazar en la Trilogía del Baztán IX

Otro fragmento de Legado en los huesos que pude ver en mi visita a Elizondo para ver los sitios que aparecen en la trilogía del Baztán escrita por Dolores Redondo

Puente, Elizondo

Atravesó el puente y subió a la calle Jaime Urrutia, desierta por la lluvia, y en la que sólo se veía a alguna persona bajo los gorapes, la zona porticada en la que había un par de bares, de los que escapaban, cuando abrían las puertas, calor y música. Relajó el paso mientras observaba la carita de Ibai, que pareció inicialmente sorprendido por el traqueteo de las ruedas en el empedrado y que ahora comenzaba a abandonarse, mirándola con unos ojitos que apenas podía mantener abiertos, hasta que se durmió. Amaia tocó con el envés de la mano la suave mejilla para comprobar que estuviera caliente y lo arropó. Caminaba sin prisa, a un paso al que no estaba acostumbrada, sorprendida al comprobar cuán agradable era moverse así, escuchando el ruido de los tacones de sus botas en el empedrado y dejándose acunar por el suave balanceo que sin querer adoptaba su cuerpo.

Palacio Arizkunenea, Elizondo

Cuando pasó frente a la plaza, se detuvo un minuto ante el palacio Arizkunenea

Palacio Arizkunenea, Elizondo

observando los restos de antiguas lápidas funerarias discoidales expuestas en el patio y que, caladas por la lluvia reciente, parecían más reales, como si mojadas obtuvieran su verdadera dimensión.

Lápidas, Palacio Arizkunenea, Elizondo

Continuó hasta el ayuntamiento y, después de mirar a ambos lados para comprobar que nadie la veía, pasó una mano por la botil harri, la piedra que simbolizaba el pasado de Elizondo y que dotaba de fuerza al que la tocaba, un gesto que incluso a ella, que despreciaba la superstición, la reconfortaba.

Botil Harri, Elizondo

Volvió hasta la plaza, pasó frente a la fuente de las lamias

Plaza Elizondo

y se asomó a ver el río Baztán desde aquel punto en que las fachadas traseras de las casas se reflejan en la superficie espejada, como otro mundo húmedo y paralelo atrapado bajo las aguas, que en aquel remanso aparecían engañosamente quietas.

Río Baztán, Elizondo

Algunos comensales rezagados que salían del restaurante Santxotena se acodaron en la barandilla para hacerse fotos. Cruzó la calle y entró en el local. La propietaria la saludó, reconociéndola. Aquél era el restaurante favorito de James y solían cenar allí a menudo.

Restaurante Santxotena, Elizondo

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