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Day: April 5, 2015

Siguiendo los pasos de Amaia Salazar en la Trilogía del Baztán XVII

Siguiendo los pasos de Amaia Salazar en la Trilogía del Baztán XVII

Han pasado varios meses desde que acabé la Trilogía del Baztán de Dolores Redondo y que hice esta serie de artículos sobre los lugares en los que transcurre la historia.

Esta Semana Santa he estado en el Valle de Benasque y, aprovechando la cercanía, decidí acercarme a Aínsa, un pueblo en Huesca que tiene cierta importancia en el desarrollo de la trama.

Así aparece en la primera novela, El Guardián Invisible:

-Aínsa me suena, es un pueblo de aspecto medieval, ¿no es cierto? Uno de esos que conserva el trazado de la época y el empedrado en las calles.

Aínsa

-Sí, Aínsa tuvo que tener gran relevancia en el Medievo, sobre todo por su estratégica situación, un lugar privilegiado entre el Parque Nacional de Ordesa y Monte Perdido, el Parque Natural de los Cañones y la Sierra de Guara y el Parque Natural Posets-Maladeta. Dominar Ainsa debía de suponer ya entonces una gran ventaja.

Aínsa

Más adelante continúa:

… y nos brindó un espacio perfecto para ubicar el laboratorio y permitir que la empresa que lo subvenciona obtenga beneficios de los centros de recuperación de especies, las visitas guiadas y las donaciones de los turistas y visitantes, que en Aínsa son muchos, y durante todo el año.

Cuando Amaia llega a Aínsa por primera vez:

El viento soplaba con fuerza en Aínsa. (…) Las calles de Aínsa estaban desiertas, la luza cálida y anaranjada de las farolas no conseguía borrar la sensación heladora de la villa medieval barrida por el frío nocturno, y las rachas de viento siberiano formaban escarcha en las ventanillas del coche. Jonan condujo siguiendo al Patrol de los doctores mientras los neumáticos traqueteaban en el empedrado milenario de las calles, hasta que confluyeron en una plaza rectangular que se extendía hasta la entrada de lo que parecía una fortaleza. Los doctores detuvieron el coche junto a la muralla y Jonan aparcó a su lado.

Aínsa

El frío dolía en la frente como un clavo empujado por una mano invisible.

Aínsa

Amaia tiró de la capucha de su plumífero intentando cubrirse la cabeza mientras seguían a los doctores al interior de la fortaleza.

Aínsa

Excepto por el cese del viento, en el interior no se estaba mucho mejor que fuera. (…) Nadie habría pensado que una instalación de esas características estuviese en el corazón de una fortaleza medieval.

Aínsa

El Legado en los Huesos, la segunda novela de la trilogía, aparecen los siguientes pasajes:

Las calles de Aínsa parecían animadas, seguramente por la cercanía del fin de semana, y a pesar de que los termómetros de los comercios anunciaban dos grados bajo cero, nada más cruzar el puente podían verse grupos de gente frente a los bares y algunas tiendas abiertas, que habían alargado su horario alentadas por la presencia de los turistas.

Aínsa

Jonan condujo hasta la empinada cuesta que bordeaba la colina donde se erigía el casco medieval de Aínsa. El juez lo siguió, mientras miraba asombrado las casas, que suspendidas de la ladera parecían retar al vacío.

-Nunca había estado aquí, tengo que decir que es sorprendente.
-Pues espere a llegar arriba -contestó ella, al ver su expresión.

Aínsa era un túnel temporal, y al llegar a su plaza, a pesar de los coches aparcados y las luces de los restaurantes, se experimenta un viaje al pasado que hace contener el aliento durante un segundo.

Aínsa

Markina no fue la excepción; siguió a Jonan hasta el lugar donde aparcaron sin dejar de sonreír.

-Es extraordinario -dijo.

Amaia le miró, divertida. Recordaba sus propias sensaciones la primera vez que estuvo allí.

Al bajar del coche comprobaron que, unida a la baja temperatura propia de los 580 metros a los que se encontraba, la humedad de los ríos Cinca y Ara que confluían allí había contribuído a cubrir el empedrado de la plaza con una capa de hielo escarchado que brillaba como el nácar con la romántica luz de las farolas de la plaza.

Más tarde, Amaia sale a cenar.

Amaia tomó su abrigo y salió al frío de Aínsa. El viento del norte le golpeó el rostro nada más atravesar la explanada que se extendría frente a la fortaleza, por lo que estiró las mangas del jersey en un intento de cubrir sus manos, mientras lamentaba haber olvidado su guantes.

Aínsa

Pudo ver que el número de coches había aumentado, atraídos sin duda por los muchos bares que abrían sus puertas a la plaza. Localizó el restaurante y caminó entre los coches aparcados, maldiciendo la suela plana de sus botas, que resbalaba sobre el empedrado helado.

Aínsa

Más sitios, aventuras y emociones… ¡en la Trilogía del Baztán!

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